Todos hemos introducido a escondidas a alguien en un hotel o comido toda la pirámide alimenticia en el desayuno. Los hoteles nos invitan a gestos y acciones que no haríamos en nuestras casas. Quizás por eso nos gusten tanto.
Un 2x1: Introducir a otra persona a escondidas en la habitación.
Esto es lo más parecido a un deporte de riesgo que hemos practicado algunos. Es una descarga de adrenalina; no es necesario vivirla una vez en la vida pero, casi seguro, vamos a vivirla una vez en la vida. Porque sí, porque la vida te pone en esos aprietos tan emocionantes. Requisitos: no hacerlo en un hotel de siete habitaciones porque va a ser muy violento. Controlar las llaves para que en recepción no se enteren. No desayunar a la mañana siguiente. Una vez dentro, ser discreto en todo lo que hagamos. En todo. En todo. Muchas veces este 2x1 clandestino se podría evitar o pagando el extra (que no es la idea) o preguntando (que tampoco); pero quizás no queramos evitarlo.
Bañarnos sin ganas
Vemos la bañera así, gordota y horizontal en el cuarto de baño, y decimos la siguiente frase: “esta noche, cuando vuelva de cenar, me voy a dar un baño”. Todos hemos pronunciado estas palabras. Hemos salido, hemos cenado, hemos vuelto a la 1 de la mañana, hemos vuelto ver la bañera y claro, cómo resistirse a sus cantos de sirena. La hemos llenado y nos hemos metidos dentro. El problema es que ha tardado 20 minutos en llenarse, que en todo este tiempo nos hemos dado cuenta de que lo que queremos es dormir. Nos metemos rapidito, nos sumergimos, decimos “qué bien se está” y salimos veloces a dormir. Había que hacerlo, pero por el camino hemos malgastado agua: hasta aquí el consejo eco del día.
Ver las noticias
En nuestra casa no tenemos tele, pero en un hotel la ponemos nada más entrar. En nuestra casa sólo la usamos para ver películas y series pero en un hotel, de repente, nos entra un ansia de actualidad enorme. Así que sintonizamos todas las cadenas y siempre nos detenemos en la BBC News. Sentimos que este gesto nos convierte en seres mundanos que necesitan la visión de los periodistas ingleses (que dicen todo el tiempo indeed) para formarse una opinión. Como si el tiempo que fuera a hacer en Newcastle nos interesara.
Comer toda la pirámide alimenticia en el desayuno
A diario comemos un par de tostadas y un café. Cuando vamos a un hotel desayunamos toda la pirámide, de la base al vértice. Lo hacemos, además, de manera felizmente descontrolada. Podemos comer fruta al principio y al final, alternar frío y caliente, dulce y salada y, ojo, té y café, alcaparras, anguila, papaya y tres tipos de pan. Sentimos que todo eso nos pertenece y que todo tiene que pasar por nosotros, como si fuéramos inspectores de hoteles. Este gesto está en el ADN del huésped del hotel y cientos de años de tradición no han logrado alterarlo.
Espiar el carro del servicio de limpieza
Si encontráramos en el pasillo de un hotel el diseño del iPhone 9 no le prestaríamos tanta atención. En cambio, el carro del personal de limpieza nos despierta una curiosidad enfermiza. Nos atraen las toiletries, las botellas de agua bien colocadas, las chocolatinas que nos van a dejar en la almohada y las toallas limpias. Lo queremos todo y queremos un carrito de esos en casa. No vale tocarlo.
Llevarnos algo que no deberíamos llevarnos
Las Toallas. En Holiday Inn realizaron un estudio en 2008 que mostraba que había desaparecido más de medio millón de toallas. Decidieron rentabilizar esto: por cada huésped que contara online que se había llevado uno donarían 1 dólar a una ONG. Se llamó el “Día de la Amnistía Toallera”.
Baile de Amenities
Todos hemos guardado el jabón y el champú sin usar para que los repongan. De esta manera tenemos en casa una colección ingente de toiletries que no nos dará tiempo a usar ni aunque vivamos cien años. Ese acto sibilino de meter en el neceser la pastillas de jabón envueltas de Hermès del Sofitel Marrakech o las de L´Occitane de un Four Seasons para que, a las pocas horas, nos den otras es irresistible. Que el director y todo su equipo nos perdonen.